sábado, septiembre 30, 2006

Una batalla silente contra el Dengue y su agente trasmisor en Cuba.

Una batalla silente
Por: Miguel Iturria Savón.

La Habana, Cuba, septiembre 2006 - Es una batalla tremenda y relativamente silenciosa. El escenario de la contienda son las casas, las calles y algunos hospitales. El enemigo es un mosquito de nombre singular que desencadena los fantasmas de la muerte y pone en guardia a un ejército de funcionarios. Los habitantes de la capital -y de otras ciudades del país- son sospechosos de colaboración. El Dengue renace en las aguas estancadas y en los vasos espirituales. Los amuletos de la esperanza traicionan a sus ingenuos depositarios.

Las ambulancias recorren las calles. Las postas médicas y las policlínicas reportan los casos. La recogida es a domicilio durante las 24 horas del día. Un chofer y una enfermera trasladan a los pacientes a los hospitales designados, donde son aislados y atendidos como seres peligrosos.

Las cifras se mantienen en silencio. Las bajas son secreto de Estado. A un mes de propagada la contienda sólo existen rumores y hechos puntuales a nivel de barrio y hospitales. Se dice que enterraron recientemente al ex director de la policlínica capitalina "Luís de la Puente Uceda". Un periodista de La Víbora habla de otros casos mortales en Párraga, Boyeros y El Cerro. Un chofer de ambulancia de El Cotorro asegura haber trasladado hasta 25 personas contaminadas en su jornada de trabajo.

Gana espacio la ley rumor. El problema es evidente pero la gente mantiene la calma. Son tantas las angustias existenciales que ni la muerte logra sacarnos de la rutina. Sólo las víctimas del Dengue y sus afligidos familiares piensan en la magnitud de la tragedia.

Los vecinos se quejan del asedio sanitario a los hogares. Llega primero el que revisa los patios en busca de depósitos de agua. Dos horas después toca a la puerta otro inspector para fiscalizar el trabajo del primero. Le sigue el que fumiga. Casi al anochecer viene un obrero enviado por el Partido. La escena se repite al día siguiente con alguna variante. Te sorprende entonces una estudiante de enfermería que interroga al morador acerca de los síntomas de la enfermedad entre los miembros de la familia. El sábado les corresponde a los estudiantes de la secundaria básica más próxima, y el domingo a los de la escuela de Economía o del Politécnico de la construcción.

A tan peculiar manera de enfrentar la enfermedad se suman los cederistas, los delegados del Poder Popular y otros combativos funcionarios que miran con recelo cada rincón.

El teque es el mismo: "El mosquito esta agazapado. Usted puede ser su víctima. No los proteja". Nada dicen de otros problemas que inciden en la salud y en la vida de las personas. La prensa oficial sabe guardar los secretos epidemiológicos.

Mientras tanto, el rumor crece en las esquinas de pueblos y ciudades. El mosquito cabalga como un duende travieso que pone en jaque a un ejército de fantasmas.

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